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No sé a ciencia cierta cuándo me decidí a escribir y dejar fluir versos que pretenciosamente buscaron volverse poesía. Sin embargo, podría compartir con quien lea este espacio que a raíz de los últimos eventos de mi vida, y por esas tan anheladas caricias del alma un día dejé volar la imaginación y el deseo de escribir para aunar letras y un día lograr editar un libro. Era entonces 2.009 y mis conexiones con el Sur eran bastante profundas. Chile y Argentina marcaron sin duda mi despegar como poeta.
Trato de escribir al alma…y componer caricias para el alma. Siempre tuve la certeza de llamar a mi poemario «Las caricias del alma» como una vez lo comentamos con Karina Poma, ella desde su Pampa y yo desde mis montañas sabaneras de Los Andes suramericanos.
Era claro el nombre del poemario pero no podría comenzar este blog con otro título que no sea Ocho mil kilómetros por dos minutos. Por esta historia de vida conectada en una antología que Alicia Arés impecablemente ha editado. Por cada una de las 34 voces reunidas, articuladas… por casualidad o destino…sencillamente encontradas.
Para todas ustedes poetas de Enésima hoja desde Suramérica, va mi saludo y mi reconocimiento. A Madrid mi gratitud por su hospitalidad, por permitirme recorrerla nuevamente, por brindarme tan especiales momentos, por ser espacio para poder compartir mis letras.
Aquí comienza Ocho mil kilómetros… y muchas caricias para el alma.
Sin alma no hay poesía
por más intentos de las letras junto
a cadentes versos que lleven melodía.
Sin alma no hay pasiones
que alimenten sueños
y nos levanten del suelo
cuando los problemas, nos llaman a caídas.
¿Dónde más albergar entonces
las ilusiones, los besos,
las mariposas y las miradas a escondidas?
¿Quién sino el alma
la que vive la tristeza, el amor
la dicha y la melancolía?
Es el alma entonces
la que cuida el corazón
que emana la vida que sopla aliento.
El alma, la que en la adversidad
busca el consuelo,
ese que a veces, afanosamente
clama del cielo.